EL GRAN BAILE DE INVIERNO

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7:00 de la noche. Viernes 27 de diciembre. Gran Comedor. Parcialmente nublado.

Todas las antorchas del Gran Comedor están encendidas, provocando que éste se vea extremadamente alumbrado. La música se puede escuchar por todos los pasillos.

EL GRAN BAILE

La música proveniente del Gran Salón Comedor se puede escuchar por todos los pasillos de Hogwarts. Es una música amena y que provoca que todo aquel que la escuche desee bailar. Los instrumentos han sido encantados para que provoquen ese efecto en todos los participantes del baile. El Gran Salón está libre de todas las mesas, por lo que es extremadamente espacioso. Las banderas de cada una de las casas se muestran con orgullo, mientras que el techo encantado luce despejado, aún cuando a las afueras del castillo hay una pequeña tormenta de nieve.

Los alumnos comienzan a llegar. No todos poseen parejas, sin embargo, eso no impide el que se sientan alegres. Los vestidos de múltiples colores irradian de vida el área, mientras que sonido de las pisadas, las risas y la música armonizan el lugar.

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Aneirin inspiró hondo, preparándose mentalmente. En pocos segundo iba a comenzar el segundo peor momento al año en todo Hogwarts, el baile de Navidad. Recordaba que los primeros años ese baile le hacía mucha ilusión, iba cogido de la mano de Eli y reían, iban de un lado para otro y todo era mágico, pero esa magia ya no existía.

El ya no reía mientras giraba, sujetando con delicadeza las manos de su amiga, ya o sonreía ni bebía ponche bromeando con los demás. De hecho, ya no hacía nada de lo que antes hacía. Casi sin darse cuenta ese baile pasó de ser uno de los acontecimientos que más esperaba dentro del castillo a ser el acontecimiento que más odiaba, siempre detrás del día de vuelta a casa, claro está.

¿Y por qué? ¿Porqué esa noche tan mágica había acabado convirtiéndose en una tortura? Por una razón tan simple y repetitiva que empezaba a hartarle.

Gael.

Él no quería ir al baile. Él quería quedarse en su cuarto leyendo o adelantando trabajo antes que soportar una noche entera a escasos metros del león que en secreto denominaba suyo, sin poder tocarle, ni acercarse, siquiera mirarle. Pero tampoco podía quedarse en su cuarto, sería demasiado sospechoso, así que ahí estaba, completamente arreglado, todo, menos su revelde e imposible de peinar cabellos, delante de la puerta del baile esperando a que Elizabeth, posiblemente, su mejor amiga y apoyo llegase al baile.

Al menos eso no había cambiado, al menos, la hermosa pelirroja y él seguían entrando juntos al baile, cogidos de la mano y apoyándose el uno al otro.

Altair sonrió nervioso ante su espejo. Todos sus compañeros de Slytherin reían y platicaban sobre cómo sería el Gran baile anual, y el cómo se divertirían. Sin embargo, el joven Malfoy estaba nervioso. A Altair le gustaban los bailes y ver a las personas compartir alegres, pero él no era muy bueno en esas actividades sociales. Su madre le había enseñado a bailar desde que él —literalmente— había comenzado a caminar, así que se le daba bastante bien, el problema estaba en que él en ocasiones era bastante tímido. Por suerte ese año no iría solo, sino que iría en compañía de Helena Ravenclaw.

Al sentirse complacido de verse más o menos decente con su túnica negra y verde, Altair se marchó de la sala común de Slytherin. Desde los pasillos de las mazmorras se podía escuchar la música y eso lo hizo sonreír y sentirse alegre. Dedujo que ese nuevo sentimiento se debía a que la música probablemente estaba encantada para causarle alegría inmediata a quienes la escucharan. Llevó sus manos a sus bolsillos, y con una pequeña sonrisa en su rostro, subió las escaleras que lo conducirían de las mazmorras al gran comedor.

Él había quedado con encontrarse con Helena a las afueras del Gran Comedor. Había sido una grata sorpresa de que Helena aceptara ir con él; ellos eran grandes amigos y Altair sentía cierta atracción hacia la bella muchacha, pero él no creyó que ella lo aceptaría. Si la joven Ravenclaw no lo hubiera aceptado, Altair hubiera tenido que asistir solo, como el baile pasado. Su hermana Daenerys asistiría con Cygnus Black, mientras que Arya y Nicholas irían juntos.

Se detuvo a las afueras del Gran comedor y le dio una amable sonrisa al prefecto de Hufflepuff. Altair nunca había platicado con el chico, que supuso se llamaba Aneirin, pero él siempre era cortes con todos. Sin más que hacer, se quedó en silencio, disfrutando de la contagiosa música mientras esperaba a Helena.

Cygnus Black maldijo entre dientes cuando vio la hora que era. Las 6:30 de la tarde, eso significaba que dentro de poco el dichoso baile comenzaría. Si le preguntaban, Cygnus no deseaba ir al baile. Tendría que tener como pareja a su prometida y observar al resto de esos sangre sucia bailar por allí. No, él definitivamente no lo deseaba, sin embargo, como miembro de la prestigiosa familia Black, él no podía darse el lujo de faltar a semejante evento.

Su madre le había enviado una fina túnica negra en días pasados. A sus hermanas también le había enviado sendos vestidos, los que probablemente le habían costado una fortuna. Con una mueca de disgusto, Cygnos se preparó para la celebración. Lo hizo tan lento como pudo, él no tenía apuros por llegar. Sus compañeros se reían a su alrededor, él sólo podía maldecir una y otra vez. En los últimos meses su encanto se había ido a la mierda, dando paso a un joven más amargado e irritado. "Y todo gracias a mis padres y su tono compromiso" pensó con irritación. Probablemente su boggart había cambiado y ahora tenía la forma de Daenerys en vestido de novia. Cygnus sintió un escalofrío en la espalda ante dicha imagen.

Con paso lento pero elegante, el muchacho se encaminó hacia lo que probablemente sería una de las peores noches en su existencia. Ni siquiera la música mágica lograba motivarlo. Con esfuerzo embozó una de sus sonrisas encantadoras y arrogantes. Primero muerto antes de que una de esas inmundicias sangres sucias lo vieran cabizbajo. Cuando llegó ante las puertas del gran comedor, se encontró con Altair Malfoy y con el prefecto de Hufflepuff, un chico llamado Aneirin. Con una sonrisa arrogante en su rostro, dio una leve y seca cabezada en forma de saludo.

El fundador de rojo dejó a un lado la pluma cuando el sol ya estaba bajo, era hora de prepararse sin duda. Se estiró en la silla de su habitación, dejándose caer después con pesadez sobre ella, aunque no duro mucho en esa posición ya que en seguida se levanto para empezar a vestirse para el baile, daba gracias por no ser una mujer que necesitaba una hora, o mas, para arreglarse. Por primera en los años que llevaban organizando el baile, el león tenia muchas ganas de ir, los años anteriores las ganas eran mucho menos, tales que mas de una vez había intentado irse esa noche a alguna aventura de las suyas, todas ellas habían sido evitadas por las otras dos fundadores que parecían que dominaban la legemerancia por eso, pero esta noche era diferente ¿por qué? Porqué esa noche iría al baile con lady Ravenclaw.

Se paso su capa negra por los hombros y se echo un ligero vistazo al espejo, estaba como siempre salvo que mas elegante ¿Era tonto pensar que echaba de menos algo de dorado en su vestimenta? Quizás pero ya no tenia remedio, el tiempo casi se le venia encima y no podía hacer esperar a Rowena. Acarició la cabeza de su gato, sonriendo le suavemente

-Deséame suerte-el gato solo maulló en respuesta a su amo y se quedo mirándolo-Con eso me vale, gracias~

Salió de su habitación y vio como el castillo rebosaba vida, todos sus alumnos hablaban por los pasillos, emocionados por el baile era normal ver a los mayores ir con pareja mientras que los mas pequeños iban en grupos. No pudo evitar sonreír al empezar a oír la música que llegaba desde el gran salón, ese hechizo parecía que tenia efecto hasta en él. Se dirigió hacia allí mientras devolvía los saludos de algunos de sus leones y alumnos de otras casas aunque no consiguió ver a ninguno de sus hermanos, estarían ya en el comedor. Ahora no quería preocuparse, el recuerdo que se le venia a la mente era mas agradable, recordaba como le había enseñado su madre a bailar, recordaba esas tardes con cariño, siempre observaba a sus padres bailar riéndose hasta que por fin se atrevió a pedirle una clase a la mujer de la que había heredado sus rizos y Rebbeca Gryffindor se lo enseño encantada porque su primogénito mostrara interés en eso que le vendría bien en eventos sociales que tenían los magos.

Llego a las puertas del gran comedor, echando solo un vistazo dentro, los estandarte de cada casa era lo único que quedaba de la decoración habitual de este. Se quedo en la puerta viendo a los alumnos que allí esperaban y les dedico una sonrisa agradable como saludo antes de apoyarse en la pared para esperar a la otra fundadora. Tampoco parecía que Helga hubiera llegado, cosa extraña ser el primero de los cuatro fundadores en llegar, solo esperaba no tener que bajar a las mazmorras a buscar a Slytherin, quería una fiesta en paz lejos de las peleas normales con el otro fundador. Sonrió divertido cuando una idea le cruzo la mente, quizás estaría bien hacer bailar a Sal en el baile pero eso después de todos los bailes que había prometido.

El joven león realmente no deseaba para nada verse metido en aquel embrollo. Sin embargo, empujado por su hermano mayor había bajado anteriormente en busca de túnicas de gala, ya no solo para sí mismo sino para su hermano mellizo e incluso su hermano menor, es decir, para Graham y Gabriel. Esa noche, a pesar de que no tenía especial ilusión por pisar el lugar se había peinado con cuidado, consiguiendo dominar sus cortos y rebeldes cabellos para colocarlos perfectamente alineados. Había decidido dejar la rebeldía por un día, no le servía de nada estar peleado con la familia por semejante cosa absurda.

Se había cuidado de no tener pareja para el baile, pues se había decantado por no pedirle a ninguna chica que le acompañase para poder mirar a las parejas que bailaban de soslayo, pensando que todo lo que haría sería comer un poco y luego volver a la torre Gryffindor para dormir lo que quedase de noche. ¿Que por qué hacía esto? Sencillamente porque él quería estar con su pareja en ese baile, pero no podían. Socialmente estaba mal visto y no quería que su familia viese aquello y acabaran por darle la espalda.

Así se lo había explicado a Aneirin, aunque eso no quitaba para que tuviera un mal sabor de boca a cada paso que daba.
Iba elegante, como nunca. Se veía bien con la túnica de tonos rojizos y negros que había comprado.

Una vez llegado al salón del baile se quedó mirando el lugar, había más gente de la que había pensado en un principio. Respiró hondo y se hizo a un lado, tomando asiento sin mirar a nadie en especial, esperando a que el tiempo pasara. Puso especial cuidado en que sus ojos no se fijaran en su pareja, aunque no pudo evitar que acabaran por posarse en el otro unos instantes. Soltó un suspiro y volvió a repasar con la vista el salón, llegando a la conclusión de que iba a ser una noche más larga de lo que pensaba en un principio y, definitivamente, más larga de lo que le gustaría.

La noche era exquisita, incluso en la torre Ravenclaw donde siempre hacía más frío. Rowena pasa las primeras horas de la tarde dedicándose a sus estudios, pero tiene que reservar una hora para quehaceres más superfluos como encargarse de su apariencia física. Su vestido es de telas vaporosas, finas. La acompaña joyería de plata con algunas piedras preciosas. Es fácil reconocerla sobre todo por su diadema, aquella de la que ha surgido la leyenda que cuenta que te hace más inteligente. Es curioso que hasta ahora nadie haya intentado robarla, pero es posible que sea porque muchos alumnos le temen.

Generalmente hubiese aborrecido la idea de pasar tanto tiempo en un baile, incluso si apreciaba a sus alumnos y al resto de los fundadores. Tampoco es como si fuera necesaria su presencia, Helga se ocupaba casi de todos los preparativos ella sola, Rowena sólo había ayudado un rato con algunos hechizos para facilitar el acomodamiento de las cosas. Esta vez no aborrecía tanto la idea de dejar sus estudios, quizás todo se lo debía a Godric Gryffindor.

Se miró al espejo sólo para corroborar que la vestimenta estaba impecable y que la diadema en su cabeza estaba bien colocada. Su cabello estaba levantado en un elegante peinado, dejando ver sus facciones delicadas. Acentuó un poco el color de sus mejillas con maquillaje, y también alzó el color natural de sus labios. Miró alrededor en su habitación y asintió ligeramente antes de darse la vuelta y salir con paso tranquilo, cerrando la puerta y hechizándola para que no pudiese abrirla.

Mientras bajaba las escaleras, pensó que debió quedar también con Helga para que las dos llegaran juntas al gran comedor, donde las aguardaban sus parejas, pero la habitación de Helga estaba mucho más cercana al comedor que la de los demás. Sonrió, pensando que su amiga debe estar contenta por el acontecimiento. Helga tenía corazón de niña. Algunos de sus alumnos la saludaron e incluso algunos se animaron a hacerle cumplidos muy educados y halagadores. Rowena los saludo a todos con gentileza y muy buen humor. Robert había ido con ella durante la celebración de los primeros bailes, y tras que él muriera, se vio obligada a estar tan solo en el brindis antes de retirarse a su habitación a seguir guardando el luto reglamentario. Ahora el baile era diferente en ese aspecto, no iba con Robert, ni tenía que retirarse para respetar el luto, por el contrario, tenía todo el tiempo del mundo y la acompañaría Godric.

No estaba preocupada ni nerviosa –bueno, quizás un poco- por el baile, su familia era una experta en buenas costumbres y muy severos cuando de ello se trataba, así que sabía las artes bellas que se exigían de las jóvenes de la época, especialmente de familias como las de ella, de sangre pura y abundantes recursos.

Borró de su mente cualquier cosa que no tuviese que ver con el presente, en el baile de navidad con Godric Gryffindor luciendo gallardo mientras esperaba por ella a las puertas de El gran comedor. Sonrió ligeramente, casi con timidez y se posó cual ave justo a su lado, alzando ligeramente la barbilla para poder verlo mejor. - ¿Me permite escoltarlo, Lord Gryffindor? – preguntó con algo de diversión oculta en su voz.

- ¿Y qué mas da que no tengas pareja? Ya veras que no eres el único que no la tiene. - Se dijo a si mismo el castaño enfrente del espejo mientras se vestía. Intentaba no pensar en eso, pero no salía de su cabeza, al igual de: ¿estaría solo toda la noche?  y cosas semejantes. Seguro que Gael iba a tener alguna moza hermosa que lo acompañase, estaba segurísimo y Gabriel también la iba a tener, él mismo se lo había dicho a Graham. Seguía colocándose esa fina cazadora de cuero de tono rojo oscuro, granate que le quedaba precisa y perfectamente ajustada a su pecho. Los pantalones de material similar, negros, le bajaban desde la cintura, pero no se veía el final de estos, ya que sus botas estaban sobre estos, cubriéndolos hasta la espinilla. Hincó una rodilla y se colocó las botas y metió, como siempre, su varita dentro de la bota derecha. Se puso derecho, enfrente del espejo y se miró de arriba abajo. - Si nadie te quiere como acompañante hoy, vas a morir solo, solo te digo eso. - dijo en tono esperanzador hacía su reflejo como si fuera otra persona completamente diferente.

Poco antes de entrar al salón ya podía, Graham, escuchar la música que provenía de dicha nave, haciéndole sonreír, le apetecía bailar, pero no solo. Entro al lugar y vio elegancia, vio baile, vio alegría. Sonrió. Ya dentro, se dispuso  buscar con la mirada a todos sus hermanos. Le costó encontrarlos pues había mucha gente, es mas, al pequeño, Gabriel, no consiguió encontrarlo. - Estará correteando con su amiguita. - dijo ampliamente. ¿Habría algo deber? Al joven le vino a la mente una jarra de rica cerveza de mantequilla helada o algún licor fuerte, le hacía falta.

Los ojos de la joven gryffindor se clavaron en el reloj, este marcaba las cinco y media tiempo de sobra para prepararse con tranquilidad. Se dispuso a ver su actual apariencia frente al espejo, en ese estado no es que pudiera ir a ningún baile, quizás no debió estirarse en la cama para reservar energías y poder estar al cien por cien aquella noche. Se conocía y sabía que no hubiera parado quieta.

Se echó un rápido vistazo antes de prepararse mientras que en sus pensamientos empezaba a abundar la idea del baile. Sabia que no era una experta en esos temas, todo lo contrario, el poco tiempo que pudo pasar con su madre esta se centró en enseñarle cosas sobre la magia y su abuela tampoco le enseñó nada de como comportarse en un evento como aquel.

No era algo gravemente preocupante pero se sentía algo nerviosa, a pesar de ya haber asistido a otros bailes este era totalmente diferente. ¿La diferencia? En este si tendría pareja para asistir. Se le hacia divertido recordar la manera en como la había conseguido, todo había sucedido bastante rápido y extraño a su parecer, pero aquel momento no era para recordar cosas como aquella.

Negó con la cabeza y desvió su mirada hacia su cama donde descansaba su vestido para aquella noche. Estaba contenta con la elección, estrecho de cadera pero con volantes en la falda, tejido con una tela fina y a la vez cómoda, de color rojo con bordados dorados, totalmente digno de una leona. Una vez con este puesto, volvió a mirarse en el espejo.

No estaba acostumbrada a verse tan elegante pero se sentía satisfecha con lo que veía. Antes de peinarse retocó un poco sus ojos y mejillas con algo de maquillaje, lo justo pues Alex nunca había destacado por ser muy femenina y no quería cagarla por no ser muy experta en maquillarse. Ahora si, se llevó ambas manos a su cabello, alzándoselo de varias maneras para ver si algún peinado le quedaría bien. Arrugó un poco la nariz, haciendo una mueca con sus labios, se veía demasiado rara con su cabello recogido así que como siempre su rubio luciría suelto. Se lo peinó y colocó algunos mechones sobre su pecho, tocándose en ese momento esa zona que quedaba al descubierto, sentía que le faltaba algo.

¡Pues claro! Se acercó hacia su mesita, rebuscando entre otras cosas un pequeño tesoro para ella, el collar con el anillo de su madre, el único recuerdo que le queda de ella. Una vez con este puesto, hizo un pequeño giro sobre si misma delante del espejo, asintiendo con una sonrisa, convencida.- Ahora si, ya estoy -Musitó, girando sobre sus talones y saliendo de su cuarto.

Mientras caminaba observó lo animado que estaba todo, las risas de sus compañeros, los comentarios, los piropos que se hacían algunos entre ellos, todo aquel ambiente hacia que su buen humor creciera. Salió de la torre, no sabía que hora era pero seguramente su acompañante ya debía de estar esperándola. Y por supuesto allí estaba, parado enfrente suya aguardaba el chico que a penas conoció días atrás, luciendo tan elegante como él mismo. Esbozó una pequeña sonrisa, acercándose a él.- Vaya… te ves muy bien, Johan~ -Murmuró con un deje divertido en su voz, mirando fijamente al rubio.

Helga se sentía tan entusiasmada como una niña pequeña. Aún cuando detestaba el invierno, lo único que adoraba de éste era el Gran Baile de navidad. Desde que había comenzado —por idea de ella— siempre había sido su festividad predilecta. Su alegría incluso era contagiosa. Mientras ayudaba a preparar las comidas con los elfos, no había dejado de tatarear ni sonreír. Tampoco pudo evitarlo cuando Rowena la ayudó con los hechizos en el gran comedor.

Se sentía demasiado feliz.

El único problema que la había perturbado un poco había sido la ausencia de Salazar. El mago había tenido que irse un día antes del baile para el castillo Slytherin. Aparentemente habían ocurrido problemas, pero él no fue capaz de explicarle. "O no quiso hacerlo" pensó Helga. Sal no era la persona más habladora del mundo, tampoco una que fuera contando sus problemas a todos. Él iba a ir al baile con ella, pero debido a la situación ocurrida, Helga iría sola.

Se miró en su espejo mientras trenzaba su largo cabello rubio. Lo más trabajoso había sido el peinar su cabello; ella prefería llevarlo suelto o en una simple coleta. Helga no era una bruja que le gustara los peinados elaborados y finos, siempre se había caracterizado por la simpleza. Se colocó los aretes que le había regalado su madre en las pasadas fiestas y luego de darse una última mirada, decidió que lucía decente. Su vestido era azul-verdoso y era tan largo que su ruedo se arrastraba. Debido al frío, Helga decidió optar por mangas largas y cálidas, una que había tenido que hechizar para que no se arrastraran por los suelos.

Cuando escuchó la música, supo de inmediato que estaba tarde. Ella aún no había salido de su habitación y ya la música estaba resonando por todo el castillo. Antes de salir de su cuarto, volvió a mirarse en el espejo y sintió que le faltaba algo. Algún detalle simple en el cabello... utilizó su varita y con un simple movimiento y hechizo, una pequeña florecilla blanca surgió. Se la colocó en su cabello y quedó satisfecha de como se veía.

Salió de su habitación con paso apresurado. Ella debía ser la primera en llegar; ella siempre era la primera en entrar al Gran Comedor en los grandes bailes, sin embargo, en ese día había fallado. Un rubor se extendió por sus mejillas al ver a varios jóvenes a las afueras del Gran Comedor. —Disculpen la tardanza.— dijo con una pequeña sonrisa. Las caras de los chicos parecían más de un funeral que de una actividad. —Vamos, vamos, muestren alegría. Es un baile, no un entierro— bromeó con voz cantarina, entrando al comedor.

La habitación se  hallaba más silenciosa que de costumbre, apenas roto por el suspiro resignado de la joven de cabellos platinados. Sus compañeras se habían marchado preocupadas por sus respectivas parejas, no querían hacerles esperar. Para Danny era un asunto distinto. Sinceramente, le daba igual llegar a tiempo o no. No estaba entusiasmada con el dichoso baile. Habría preferido quedarse en su cama, pero si su prometido iba, ella también debía, y Cygnus ya le había dicho que iría.

Sus cabellos todavía ligeramente húmedos caían desordenados sobre sus hombros y parte de su espalda. Acababa de salir de la ducha y aún tenía puesta la toalla mientras examinaba el precioso pero sencillo vestido turquesa que le había enviado su madre. Lo más resaltante era la piedrería en el costado, formando una rosa que terminaba en la cadera. Podría asegurar que eran diamantes. A pesar de la aparente sencillez, no podía faltar algo ostentoso que demostrara que era una Malfoy.

Se vistió sin prisas, el vestido le entalló perfectamente. Su madre había adivinado muy bien su talla. Sostuvo entre sus manos el collar de diamantes y los aretes a juego. Lucían hermosos.

Media hora después el espejo le mostraba la imagen de una bella mujer vestida con una elegancia sobria. Justo como le gustaba. Recogió su cabello en un moño alto, dejando apenas unos mechones libres que caían a ambos lados de su rostro. Y finalmente se colocó una pequeña tiara de diamantes.

Una vez lista, salió de la habitación rumbo al Gran Comedor, sus tacones apenas hacían ruido y caminaba con lentitud, como si todavía fuera temprano. Se encontró con algunos chicos rezagados a lo largo del camino. Respondió a los saludos educadamente y pronto pudo divisar las puertas del Gran Comedor. No pudo esconder una sonrisa al ver el entusiasmo de la Profesora Hufflepuff, quien por cierto también iba un poco tarde.
Exhaló fuerte y terminó de recorrer la distancia con pasos firmes y con una suave sonrisa en el rostro. No es que estuviera particularmente feliz pero ya que estaba allí, intentaría no aburrirse tanto.

Buscó a Cygnus con la mirada. No tardó en encontrarlo, estaba junto a varios chicos en la entrada. Había que reconocer que su presencia resultaba imponente y hasta lucía atractivo, lástima que tuviera una personalidad tan mala.- Buenas noches.-saludó haciendo una pequeña reverencia a modo de saludo cuando estuvo a su lado.- Lamento la demora.- se excusó sin más, al tiempo que giraba la mirada para examinar al resto de estudiantes. Su sonrisa se hizo más amplia y sincera cuando vio a su hermano Altair, al parecer este año había conseguido que Helena le acompañara.

No, no, no, no, no. No le podía estar pasando esto a ella, se negaba, no podía tener tan mala suerte. Jamás, y repito, jamás, se había quedado dormida por la tarde, y no entendía porqué había tenido la nefasta suerte de que justamente le pasara hoy. Probablemente era porque se había pasado la noche anterior trabajando en un pergamino que tendría que haber hecho hace demasiado tiempo, pero ahora daba igual. De todos los días del año, de todas las tardes largas y tediosas en las cuales no tenía absoluta y completamente nada que hacer, hoy. Iba a llegar al baile de Invierno extremadamente tarde. Y lo peor, es que Nei, el otro prefecto de Hufflepuff, la estaría esperando. Se sentía como la peor persona en el mundo.

No sabía que hora era, pero no había que ser demasiado inteligente para darse cuenta de que iba lo suficientemente tarde como para que su pareja pensara que lo había dejado plantado. ¡Y aún no estaba siquiera preparada! Se levantó con rapidez, haciendo que se mareara un poco. ¡Ahora no era momento para caerse! ¡Debía apresurarse! Revolvió su baúl en busca del vestido que tenía guardado para la ocasión. No era algo muy espectacular, había pertenecido a su madre cuando esta tendría su edad, así que estaba algo antiguo. Pero eso no importaba, no estaba roto, así que se lo podía poner a la perfección. Intentó ponérselo con rapidez, pero con los nervios no había quien atinara a poner correctamente ni el corsé, ni los botones. Decidió que debía intentar tranquilizarse, o lo único que conseguiría sería hacer esperar más al pobre muchacho.  La culpa le reconcomía por dentro. Aneirin la había invitado al baile, cuando nadie más lo había hecho. Eso significaba mucho para ella.

El pelo fue mucho más sencillo, apenas le prestó atención. Se recogió los primeros mechones detrás, y se miró en el espejo. Su aspecto, aunque podría ser mejor, no era malo. Al vestido, pequeños hilos le sobresalían de las costuras. Le gustaría mucho tener elegantes vestidos, pero era consciente de que no se podía. Suficiente trabajo tenían sus padres con mantener a tres hijos, como para que encima tuvieran que preocuparse de los caprichos de la hija mayor. Y Elizabeth estaba segura que si se lo decía a sus padres, estos harían el gran esfuerzo económico que eso les suponía y le comprarían alguno. Por eso no debían saberlo.

Salió prácticamente corriendo de su habitación. En la Sala Común no quedaba nadie. De no haber sido ella tan, bueno, tan ella, habría empezado a maldecir todo lo que se le hubiera ocurrido. Pero para Elizabeth eso era impensable, maldecir era algo completamente vulgar. El camino hasta las puertas del Gran Comedor, donde había quedado con Nei, se le hizo más largo que nunca. No se cruzó con nadie por el camino, hasta la gente de los cuadros parecía haber desaparecido. Eso, o que simplemente estaba tan nerviosa que no se fijaba en nada. Cuando se dió cuenta de que llegaba a las puertas, dejó de correr para hacer una entrada más o menos elegante. O todo lo elegante que podía ser al tener el corazón a mil después de la carrera, que Elizabeth no estaba para nada acostumbrada a correr. Al ver a Nei todavía esperándola hizo que se sintiera peor, de ser eso posible.

- Mil disculpas, he llegado horriblemente tarde. -Se disculpó al llegar a su lado. - Me quedé dormida, no tengo perdón. - Su respiración aún estaba algo entrecortada después del esfuerzo físico. -¿Entramos?

Sinceramente, Aneirin no se había dado cuenta del tiempo que pasaba. Estaba allí de pie, al lado de la puerta viendo como la gente entraba, las parejas se sonreían, se besaban cariñosos, como los amigos se abrazaban y él, ahí en medio, jugueteando con los flecos del pañuelo que llevaba al cuello.

Se había puesto sus mejores galas las cuales no eran mucho. Al haber cortado su madre todos los lazos familiares ni ella ni él había visto ni una sola moneda de los Ap Llywelyn en muchos años pero aún así el joven galés se veía elegante. Llevaba ropajes azules oscuro en su mayoría, roapjes sencillos que le hacían ver aún más extraño de lo normal. De su cuello colgaba una pequeña capa de azul oscuro y al rededor de su cuello un largo pañuelo azul claro resaltaba sus ojos. Era una de las pocas cosas que su madre siempre le había dicho "Viste de azul, para resaltar tus ojos. Para uqe las chicas te sonrían". si su madre supiese el caso que le hacía él a las chicas....

cuando escuchó que alguien se acercaba alzó el rostro, viendo a su amiga acercarse de manera elegante hacia él. La tejona se había arreglado de manera bastante sencilla, pero Aneirin siempre había pensado que als cosas sencillas eran justamente las que realzaban la belleza de la chica. Sonrió de oreja a oreja de manera inconsciente, sus ojos brillando ante la emoción y la belleza de su compañera.

-Oh... ¿Tan tarde es? de verdad que no me percaté de ello....esperarla siempre es un placer Lady weasley... -Comentó, en parte como cumplido, en parte de manera sincera. Para él nunca era tedioso esperar a la pelirroja. Hizo una  leve reverencia, agarró con delicadeza la mano de Elizabeth y depositó un suave beso en ella. Elizabeth le había dicho en en las fiestas debías de ser educado y adulador con ti pareja. Decirle lo guapa que iba, invitarla a bailar y tratarla como una princesa. Aneirin se sorprendió al ver lo poco que le costaría tratar así a Elizabeth, a veces, incluso se sorprendía de cuanto la apreciaba.- Claro, esta noche debes de disfrutarla...