Dark Symphony [James Smith]

Extrañamente par haber entrado en un castillo que estaba repleto de jóvenes de mi edad por voluntad propia no era alguien a quien le apetecía mucho socializar, y mucho menos hoy. Se me había mandado a unos aposentos situados en las mazmorras, que, aunque elegantes y lujosos como los de mi casa de Londres, me resultaban más acogedores al ser más lóbregos y siniestros. Sí, la oscuridad y yo éramos uno, se me había educado para eso.

Al ser sábado por suerte no tenía que acudir a ninguna de mis clases, así que aproveché para practicar algún conjuro. Aproveché la mañana para levantarme y desayunar con calma en el Gran Comedor, aprovechando que no estaba muy lleno debido a que a los alumnos les gustaba estar en la cama hasta más tarde (y a más de un profesor también). Salí en cuanto hube acabado en busca de algún aula vacía donde poder practicar sin la molesta presencia de cualquiera de mis compañeros. Reconozco que me tolero y me llevo bien con los de mi propia casa, pero con los de las otras me resultaban en su mayoría molestos e ineptos. ¡Y encima más de uno eran asquerosos sangres sucia! ¡Parece mentira que acepten a gente de esa calaña en este sitio cuando deberían ser eliminados!

Parecía que había encontrado tras mucho explorar el castillo un sitio acorde a mis necesidades. Un aula bien escondida en la cuarta planta y que parecía que no estaba en uso. Me senté cómodamente en la mesa del profesor y abrí uno de los gruesos volúmenes de magia que tenía en mi biblioteca personal. Sentía curiosidad por practicar el hechizo metereológico.

Saqué mi varita con seguridad de entre mis ropajes, buscando la página del volumen que describía cómo lanzarlo entre toda esa sarta de fórmulas mágicas y de teoría de conjuros. Al fin lo había encontrado. Hice el encantamiento de forma no verbal, apuntando con mi varita al techo, observando cómo por debajo de las piedras se empezaban a formar unas densas y oscuras nubes, que se iluminaban de vez en cuando con una siniestra luz azulada debido a la electricidad que producían y que poco después eran acompañadas por los característicos truenos a la vez que caían pequeñas gotas de agua al suelo. Esbocé una sonrisa de satisfacción, contento por el resultado obtenido.

A James no le agradaba desayunar en el Gran Comedor, le parecía un desastre, y no sólo lo decía por los estudiantes, sino por los profesores. Estaba comprometido con una de ellas —Lady Hufflepuff— y no porque lo deseara, sino porque era una obligación de la familia. Las miradas de algunos de sus colegas —particularmente la de Gryffindor y Slytherin— eran molestas. Él conocía la gran amistad que existía entre Lady Hufflepuff y Gryffindor, sin embargo, la amistad entre Slytherin y ella era un poco más sospechosa. Aunque realmente no le importara en lo más mínimo.

Por ser tan molestas las mañanas en el Gran Comedor, él prefería desayunar en las cocinas. La tranquilidad acogedora de estas era inigualable. Los elfos le servían y se marchaban, dejándolo sólo para reflexionar y pensar en cómo inventar algún hechizo nuevo. O simplemente recordar sus viajes en la adolescencia. Cuando era más joven, james había viajado con su padre por todo el Oriente Medio, conociendo civilizaciones admirables, en especial porque los muggles y los magos se llevaban bien. Los primeros admiraban la magia, mientras que los segundos la utilizaban para el favor de toda la comunidad. Era un sistema admirable, a decir verdad.

En cuanto terminó de desayunar, decidió que se marcharía a su aula, a estudiar un par de pergaminos que había recibido de Irlanda. Un viejo amigo le había enviado algunas anotaciones sobre nuevos hechizos que había conseguido en un viaje a Asia. James no había viajado a ese continente aún, por lo que se moría de ganas de leer y conocer los pequeños detalles que su amigo le había enviado. Por lo que había leído en la carta  de éste, habían un par de hechizos que necesitan ser perfeccionados, y él, siendo quien era, se había puesto como meta  perfeccionarlos.

Se dispuso a entrar a su aula, cuando percibió el inigualable aroma a humedad, aparte de ver el reflejo de unas luces por debajo de la puerta. Alguien había hecho un hechizo meteorológico en su aula. Genial. Lo único que le faltaba era que un alumno inquieto se hubiera ido a su aula y hubiera hecho un hechizo por equivocación. Uno de esos no eran fáciles de hacer y por lo general, los jóvenes que lo conseguían siempre era por algún tonto accidente. Suspiró, antes de abrir la puerta y encontrarse con una escena bastante interesante. Había un joven de Slytherin, con un libro abierto sobre su escritorio. El joven sonreía complacido ante su obra, por lo que James dedujo que eso no se trataba de un accidente, sino que había sido hecho a propósito. "He de confesar que en otro momento me sentiría muy irritado por la escena" comentó, cruzándose de brazos y observando las nubes sobre su aula. Ésta comenzaba a humedecerse por el hechizo. "Sin embargo, es interesante que un joven haya logrado un hechizo como este sin que hubiese sido un accidente. Diez puntos para Slytherin" dijo, mientras una sonrisa se marcaba en la comisura de sus labios. Algunos estudiantes podían ser irritantes, pero había algunos que simplemente lograban que su trabajo valiera la pena y que tuviera esperanza de que el Mundo Mágico estaría en buenas manos y no perdido.

Me giré al oír una profunda voz de hombre a mis espaldas, inequívocamente mayor que yo. Tal vez el aula no estuviese tan en desuso y este fuese el profesor que daba sus clases en ella. Mantuve mi varita en el aire, regulando la tormenta para que empezase a volverse más tenue hasta ser una llovizna, y vigilando que no se tornase tan fuerte como para desatar un huracán en el aula.

-Me siento halagado por ser de su interés, profesor, pero considero que es algo que cualquier persona competente debería ser capaz de hacer.- Dije con una sonrisa de falsa modestia. Tanto él como yo sabíamos evidentemente que no era así pero no podía ponerme tan ególatra delante de quien no me convenía y menos cuando este podía castigarme.

-Si no le importa que practique en este aula le estaré muy agradecido, profesor. Prometo dejarla en el estado exacto en el que me la he encontrado- Dije mirándole por un momento, poniendo una voz neutra pero cortés a la vez que cambiaba el clima. Las nubes empezaron a dejar de soltar lluvia para soltar algo más frío y sólido. Poco a poco iban cayendo con cada vez más abundancia pequeños copos de nieve esponjosa que se iban amontonando en las superficies que hacía a su alcance, formando pequeños montículos de frío algodón.

-Creo que aún no he tenido el placer de asistir a ninguna clase suya. Astaroth Lannister, señor- Dije presentándome con voz cordial

James observó al joven, antes de entrar al aula. El chico, como algunos de los Slytherin, era un poco arrogante. James sabía reconocerlos magos con esa actitud puesto a que él tambien era uno, en especial en su adolescencia. Creer que se puede conquistar el mundo y tenerlo a sus pies. ¿Cuantas veces él había tenido esos pensamientos? Mentiría si dijera que esos pensamientos ya se habían marchado de su ser. James era un mago inteligente y arrogante; le agradaba mostrar su superioridad intelectual a otros magos cuya capacidad para pensar era inferior.

"Reserva la modestia para otro profesor. Tú y yo sabemos que un hechizo como ese no es practicado por cualquiera." comentó con serenidad, llevando una de sus manos a su bolsillo. "Nunca muestres modestia cuando tengas un conocimiento que otros no tienen. Muestra tú inteligencia y tú superioridad mágica con orgullo. ¿De qué sirve conocer algo si no puedes mostrarle a los demás?" Él podía ser el prometido de Lady Hufflepuff, pero eso no significaba que compartiera sus pensamientos. James veía como una tontería el guardar los talentos y mostrarse modesto.

Asintió a la petición del chico. "Después que procures que no arruinaras mis pergaminos, no tengo problemas con que practiques aquí. El conocimiento no crece solo, hay que cosecharlo, y me alegra —en cierta parte— que mi aula sea utilizada para ello" dijo con naturalidad, moviendo su varita y apareciendo otro escritorio y una silla. Colocó sus pergaminos sobre esta y con otro movimiento, creo un encanto para que las condiciones meteorológicas dentro del aula no arruinaran éstos.

"No, creo que no lo he tenido entre mis alumnos. Tengo una excelente memoria y retengo rostros y nombres, y el tuyo no está en mi mente, por lo que partiré de que no te he tenido en mis clases a admitir que no te recuerdo. James sonrió con cierta arrogancia. Una de las enseñanzas de su padre era nunca demostrar una debilidad. "James Smith, profesor de encantamientos" repuso al final, tomando asiento.

Escuché atentamente todos los consejos que me daba el profesor Smith. Claramente ese hombre tenía la misma actitud que yo ante la vida, de eso no cabía duda. Me agradaban las personas que sabían que eran superiores al resto y no dudaban un segundo en hacerlo saber. No obstante yo en ese momento me estaba refiriendo a un superior al que no conocía y no podía permitirme el lujo de pecar de orgulloso... Para eso ya tenía mis ratos libres con mis compañeros de clase.

-Eso suelo hacerlo, profesor, pero es un poco arriesgado remarcar mi superioridad frente al resto de mis compañeros delante de usted si no le conozco de nada, ¿no cree?. Nadie me ha dicho que sea de esos que resta importancia a la superioridad frente al... esfuerzo.- Al menos así pensaba una de las fundadoras, si mal no recordaba. En mi opinión, sí, vale, el esfuerzo ayuda pero la magia es algo innato, que corre por las venas. Por mucho que un sucio muggle se empeñe no va a poder hacer ni en mil años una poción para curar la tos.

Observé cómo el profesor hizo aparecer un escritorio y un asiento y protegió sus pergaminos con un encantamiento protector para evitar que mi hechizo les dañase. Eso me permitía volver a jugar con el clima como si no hubiese nadie más que yo en esa sala. Volví a cambiar las condiciones climatológicas del aula, haciendo que la nevada se convirtiese en un tornado a pequeña escala a una distancia prudencial del profesor y yo.

-¿No le parece increíble el controlar la naturaleza solo con desearlo? A mi tener un poder tan... asombroso y destructivo a mi alcance me resulta fascinante. Claro está siempre y cuando se sepa utilizarlo- Comenté de pasada.

Si bien James era una persona arrogante que le encantaba mostrar su inteligencia frente al resto, él no podía negar que el esfuerzo por aprender era algo que también valoraba. No en el grado de Lady Hufflepuff, pero sí a su modo. Él podía ser superior mentalmente a muchos, pero eso no quitaba que tuvo que esforzarse para lograrlo. Ignorar banalidades como las fiestas, por ejemplo, y dedicar su vida a viajar, leer y conocer nuevas cosas. No todos lograban hacerlo, habían muchos magos que preferían quedarse como seres ignorantes ante el nuevo conocimiento, pero él no era de esa forma.

Ladeó la cabeza, dibujando una sonrisa arrogante en su rostro. El chico Slytherin era inteligente y arrogante, aunque para ser francos, era un poco más del último. James había sido en su adolescencia un crío arrogante y terco, pero no alcanzaba tales grados... o quizás lo había logrado y no se recordaba. —Eres un chico listo. Francamente, más listo que algunos de Ravenclaw; por algo Lord Slytherin te tomó bajo su casa— comentó indiferentes. —No, no resto importancia a la superioridad sobre el esfuerzo...— comenzó mientras que con su varita abría los pergaminos que estaban sobre la mesa. —...aunque, el esfuerzo es necesario para llegar a la superioridad. No naces siendo superior. Tú te haces superior. Es algo que los magos últimamente han olvidado, y creen en todas esas patrañas sobre como la sangre te hace grande.— Negó la cabeza, colocando los ojos en blanco. —La sangre es sólo un fluido vital, nada más. No tiene conexión con la inteligencia, ni con la razón. Y que conste, no defiendo a los muggles, porque últimamente han defraudado a la naturaleza. En el pasado, los muggles eran más inteligentes y consientes, últimamente se han dejado engatusar por las religiones e ideas estúpidas y han perdido su inteligencia. Por eso, joven Astaroth, me atreveré a aconsejarle que no crea en ningún tipo de religión. Eso sólo logrará que pierda inteligencia.—

James observó el pequeño tornado que había creado el joven, y asintió a sus palabras. —Lo es. Es fascinante tener poder entre los dedos, por eso hay que tener cierto cuidado. La magia y el poder son adictivos.— Respondió con cierta cautela. James tenía un pasado con magia oscura y sabía cuan peligrosa podía ser esta si caía en manos equivocadas. El poder, según Smith, era dulce y adictivo... algo tan deseable, que cuando se tenía la primera probada, se deseaba más y más.


off: Lamento la GRAN demora